miércoles, 4 de noviembre de 2015

Los teatros y el cine de antaño


En los dos últimos siglos con el inicio del cine, el séptimo arte, se produjo una connotación especial en todo el planeta.



En la ciudad de Cuenca, con la particular idiosincrasia de nuestra sociedad, su religiosidad, y su especial concepto de moralidad, el cine tuvo una singular característica, impactando en las costumbres de los cuencanos.


La población de la ciudad comenzaba a cambiar el modo de relacionarse, desde la familia, las amistades, el barrio y la sociedad misma. Para el cine en Cuenca debía haber un ente calificador que censure las películas a proyectarse, algunas cintas no se pasaron en la ciudad, imposibles de ser vistas en cartelera por su carácter fuerte, por decir lo menos. La censura en un principio funcionaba de acuerdo al criterio de las personas que contrataban las películas. Luego se conformó una “Honorable Junta Censora”, que necesariamente debía tener un religioso como miembro, además de conocidos críticos del cine.

Historia
Las primeras películas en llegar a Cuenca fueron las del cine mudo, con toda la maravilla del verdadero actor que se esmeraba en representar su papel a cabalidad, y que en cada entreacto se procedía a explicar sintéticamente la próxima escena. Todas estas muy especiales cintas fueron en blanco y negro y se proyectaron muy entrado el siglo XX. Luego se descubre la forma de integrar la música o ciertos diálogos, lo que mejora la percepción del público. Posteriormente vendrán las películas con leyendas en la parte baja, habladas en idioma extranjero y con una traducción en castellano, hecho que hacía perder un poco las imágenes de la cinta y por ultimo nos invadió el típico y baladí cine hollywoodense, lleno de efectos sonoros y visuales, con contenidos regios y artistas de género, con la clásica película de tipo Western, que ha caído en el olvido, y contadas de creación europea, particularmente del cine italiano o francés. Algunas películas han sido excepcionalmente artísticas en las que pudimos apreciar finas escenas del verdadero "séptimo arte", pero fueron pocas.

Los teatros
Con la llegada de las primeras películas a Cuenca y respetando un cierto orden cronológico aparecieron las siguientes salas de cine donde previo anuncio propagandístico se proyectaban las películas: fueron en su orden los teatros Variedades, Guayaquil, México, Salesianos, Popular, Cuenca, Candilejas, Nueve de Octubre, Lux, Casa de la Cultura, Universitario, luego Sucre. Alhambra, el antiguo Teatro Popular. Algunos desaparecieron en honor a la nueva arquitectura y tecnología cinematográfica, o de manera trágica, como los incendios de las salas de los teatros Andrade y el popular Salesianos.

Los barrios y el cine
Ciertas salas de cine ocuparon áreas específicas de la ciudad, de acuerdo a sus costumbres, grupos sociales, y distribución geográfica. Como ejemplos: el teatro Popular aglutinaba a los barrios de El Vado, San Roque y San Sebastián. A este teatro ni por mención podían ir personas de la élite, era el teatro de los obreros, artesanos, amas de casa que iban con sus hijas casamenteras, muchachos del barrio. El teatro Lux se debía a la Convención del 45, al sector de Héroes de Verdeloma, el barrio de tolerancia y alrededores. El teatro Nueve de Octubre, al barrio y el área de influencia del mercado del mismo nombre, a la Huaynacápac, y la zona de la Chola Cuencana. El Teatro Salesianos, el más recordado, con películas de bajo costo y todo público, al que el infausto incendio del Teatro en agosto de 1962 puso fin a una época. En este teatro muy familiar y de gratos recuerdos la programación era única y los precios populares; constaba el programa de un corto de noticiario internacional, la película intermedia, la película central y la infaltable cómica final, toda una tarde de cine. Este teatro no necesitaba de promoción, y casi siempre estaba lleno, sobre todo los fines de semana que se convertía en un sitio de diversión infaltable para la familia cuencana, todo ello promovido por la figura familiar y carismática del padre Salesiano Carlos Crespi, quien era a la vez el censor de las películas, el organizador de la función y el que mantenía el orden dentro del teatro. Numerosas personas recuerdan el duro “campanillazo” que recibieron del señor cura por alterar el orden, o simplemente por hacer un comentario obsceno de alguna escena erótica, que con desparpajo el honorable sacerdote explicaba que son dos hermanitos que se quieren y se saludan con un beso.

Las familias y el cine
Muchas películas eran para verlas en familia, por ejemplo las de Semana Santa y la Pasión, corroboradas por el ambiente religioso de la ciudad, las cintas clásicas como “Los Diez Mandamientos”, estrenada en 1959, “Ben Hur”, algunas películas cómicas de “Charles Chaplin”, o las mejicanas protagonizadas por “Tin Tan”, o las de el “Gordo y el Flaco”, o los “Tres Chiflados”. Las familias del barrio se comunicaban y anunciaban que un familiar haría la infaltable cola para adquirir los boletos de ingreso con tiempo. Un miembro joven de la familia era el encargado de guardar el puesto, tanto en la cola de la entrada, como en la sala de cine; la familia en corporación ocupaba toda una fila, el papá, la mamá, los abuelos, los hijos y las hijas. Luego de la función podía haber una reunión en las casas para comentar sobre las películas, o simplemente para tener un momento de tertulia, acompañada de una frugal cena. Dentro del teatro, una vez apagada la luz era motivo de grata satisfacción para el enamorado, el estar al lado de la muchacha pretendida, podía ser un logro formidable, siempre que el hermano o la mamá no estén a lado, el contacto físico ayudado por la oscuridad producía un especial bienestar.

El teatro, un sitio de encuentro
Las salas de cine eran el sitio de encuentro de amigos, las conocidas jorgas que se ponían de acuerdo para ir al cine y porque no, de “vacilada”. Los enamorados se daban cita para tal o cual teatro o programación, preferible si era de orden romántico y mejor aún si era una historia de amor. Los estudiantes de colegio o de universidad se citaban en la institución para ver la cartelera, igual sucedía con los oficinistas, los clubes, las empleadas domésticas. Muy pocas veces en las salas de cine había desórdenes, al principio no tenían restricción los fumadores, al contrario era el sitio para fumar sin que nadie lo prohíba. No se bebía alcohol, pero no faltaba el canguil, las papas fritas, los caramelos y los chupetes para niños y adultos. Cuando la función era larga como el Matinée se llevaba alguna comida como arroz con alguna carne. En la entrada del teatro había las clásicas bandejas llenas de golosinas, negocio de algunas personas pobres. Los voceadores de periódicos vendían sus últimos números. Algún lustrabotas lograba sacar el dinero para la entrada a la función limpiando el último par. Dentro del cine no faltaban los comentarios en voz baja y en algunas ocasiones en forma estentórea cuando se cortaba el rollo y, hasta que se empalme debía prenderse la luz de la sala y entonces se identificaba al conocido. Había muchas ocurrencias y buen humor ayudado por el anonimato en la oscuridad de la sala. En los entreactos se buscaba el sanitario, que no siempre era higiénico.

Las películas y las
carteleras cinematográficas
Las carteleras y sus programas se anunciaban a diario en la prensa escrita, a grandes titulares y con columnas permanentes con el programa, el precio, censura y las mejores y más insinuadoras imágenes de las películas, a veces con dibujos animados. También se anunciaban en la prensa hablada y en grandes carteleras en la ciudad. Los estilos de las películas eran de lo más variado. Había el cine verdad, el melodramático, el sentimental o romántico, el cómico, el heroico, el cine de acción, las películas de terror, las de dibujos animados, las musicales, el cine educativo, o la película baladí para simple diversión o entretenimiento. Nos preguntamos ¿Qué hubiera sido sin cine la ciudad de Cuenca­? Recordemos cintas protagonizadas, por la bella francesa Brigitte Bardot, o las italianas con las hermosas Claudia Cardinale o Sofía Loren como protagonistas, las latinas sensuales como Isabel Sarli o Angélica María o de la Vedette Iris Chacón, en las décadas del 50 al 70. Unas pocas eran producciones italianas, francesas, españolas o japonesas. La programación era matinée, especial y noche, las películas siempre eran dobladas, si no eran de largo metraje, con el consecuente tráiler del próximo estreno y en veces un noticiario mundial.

La censura
Prácticamente todas las películas en cartelera tenían que pasar por el reparo de la “Honorable Junta Censora” integrada por probos ciudadanos. Se las calificaba desde un “excelente” que eran pocas, hasta con el apelativo de “mala”, por tanto eran rechazadas. La mayoría de las películas eran todo público o prohibidas para menores de 12 años, unas pocas para menores de 21 años, por lo mismo eran las que concitaban la mayor curiosidad. Se podía apelar a la censura realizada, por ser muy exigente desde el punto de vista de la moral, pero por lo común no variaba el veredicto. Las prohibidas se las pasaba en el cine Candilejas. Si no se veía el cine candente, el público reclamaba dentro del cine por los famosos “cortes”, o por crónicas escritas en la prensa como las de Kino Pravda (Cine Verdad) en su columna, o de Edmundo Maldonado en la hoja editorial, con ilustradas reseñas y acertados comentarios. Para entrar en las películas censuradas había que presentar la cédula, si no se producía el conocido acuerdo con el boletero. Lo más censurado era apreciar las partes íntimas del bello sexo, disimuladas por muy poca ropa, con un intenso besuqueo previo al acto sexual que nunca se lo apreciaba. Como comentan algunos amigos: “en la ciudad se veía cine prohibido, y todo tipo de cine, lo que no sucedía en otras ciudades”.

El Cine Fórum y la beneficencia
Un momento muy especial del auge cinematográfico de la Ciudad fue el Cine Fórum, que consistía en cine guiado mediante uno o más expertos, quienes con el público participante, de ordinario colegios, escuelas o gremios se procedía a una discusión orientada del trámite y argumentos de la película presentada que era de ordinario de cine verdad, cine histórico u otros. Las más de las veces se obtuvieron provecho de estas reuniones guiadas y orientadas. Además el cine sirvió, en algunas ocasiones, para organizar actos de beneficencia obteniendo fondos con la venta de entradas de películas que tenían cierta trascendencia. Servía para extraer fondos, tal como una kermese, un acto deportivo, y cuyo dinero se dedicaba para un acto benéfico, o los fondos para las giras.

Algo más
El entorno que tenía el ir a ver la película es digno de relatarse. Lo primero de todo decidirse, pues había para escoger. En el teatro Popular las clásicas mexicanas, muchas de ellas en blanco y negro, con la vida y obra de un charro cantor, con una cómica final: algunas de las más de 60 películas de “Cantinflas”, no importaba si la cinta era buena, lo que trascendía es que estaba protagonizada por el popularísimo Mario Moreno. En el teatro Cuenca el doble era al puro estilo hollywoodense de acción una y romance la de fondo. En la pequeña sala del Candilejas entrar de manera furtiva a ver un doble picante, con algunas de las grandes artistas, símbolo sexual de la época, era una pequeña aventura. La artista afamada, que actuaba con poca ropa y con escenas eróticas y quizá de corte pornográfico. En el Nueve de Octubre las películas de acción del Kun-Fu, con el habilidoso Bruce Lee de protagonista, o simplemente alguna película del montón.


Al entrar al teatro, no estaba prohibido comprar una media cajetilla de cigarrillos y fumar sin reparo, sin opción a la protesta del vecino, en los charoles de Don Miguel Santos con sus caramelos elaborados artesanalmente, o las golosinas de Don Manuel Chasi o de Doña Luisa, con los canguiles, papas fritas o chicles, cada uno de los vendedores ocupando un puesto muy conocido, señalado como territorio propio.
Si no había el dinero suficiente -porque costaba para un joven estudiante- debíamos regatear con “Don Rigo” a la galería, o con don Jorge en el Candilejas, una vez comenzada la cinta para no ser observado; la intención era entrar con el pariente o amigo. Y, bueno el ambiente nublado, con olor a humo de cigarrillo y el crujir de las palomitas o las papitas y a disfrutar del cine como arte, o simplemente para entretenimiento.

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